Abro los brazos y espero llover amarillo




“Dylan Thomas fue un gran poeta/se tomó 18 whiskys seguidos/yo no soy borracho a mí me gusta la cerveza/te gustan las mujeres azules?” estos versos atisban un mapa de síndromes y compases. Para Celebriedad, Edwin Madrid acusa una porción de vidrio molido en cartografía inmunda. Esa “sub-cultura” del asfalto vomitado que tanto extraña sentir la gente en las mañanas. Tomando de la mano a un maldito del XX, cual el brutal Dylan Thomas, el poema spiraliza pormerores y barruntos del way of dying de la mejor estirpe de ajenjo. Entrópico, socavado, hipoglóssico: Madrid es un palillo de hueso después de la orgía con la mujer azul que es una niña chorreándole helado: imaginería que burla las perlas del mejor Darío (que es atroz).

El trato llano con el que matiza el recorrido contrasta con la psicodelia de su heredad. Luces de contornos y balazos recorren el humor cicatrizado de otro genio, cual Pedro Gil, bebería con mejor fuerza.

Los borrachos están de moda, si no, apelemos a Arango y su Nada, el vecino colombiano, a perros de lluvia cual los infrarrealistas en México, o a curtidos humores de un homero errante del Caribe, lo beatnik está de moda.

La enunciación de un tal Marcos cuida de caer en biochisme, de dime y dile, a la mejor manera de los aedas de Baco. Marco es un símbolo como el Héctor osado de Morrissey abatido de gangas, eco a su vez del héroe troyano muerto en gracia a manos del animal Aquiles. Marco puede asuntarse al vocero de Pedro arrastrado por Alejandría del cuello, un pobre diablo que nos rompió el alma.

Los tanteos cuasiblasfemos hacia Cristo o Marley son divertimentos de morbo escatológico. Grata la burla cuando se zoomorfean en perrito orinando. Esto es el jugo/juego amarillo de las cervezas, una suerte de rueda dorada al eterno retorno que Nietzsche nunca burló.

Otro aspecto del espectro a resonar podrían, con caradura, ser los anacolutos que de vestal floridés acompañan a las surrealidades urbanas de caídos. Madrid es todo el trastabilleo de la poesía que se escribe con mierda en las paredes del baño a falta de cilindros. Esos anacolutos son a su vez preguntas retóricas inesperadas (alguno berreará que es un diálogo) que agujan la carie y el paladar del lectante. Aquí hay mucha pletorrea que amerita sanar su cuadra con lácteos de diversa irreverencia. Una pasada por la noche de cuneta y agua puerca de Celebriedad es como mirar al diablo de la cartonera donde se lee.

Madrid paré vertical en citado asfalto de polis latina con las manchas de siempre. Poesía sucia en factura que entona con su ethos. Poesía rancia de girar los cilindros del condón o la botella que al final son la misma vaina. Esta épica autócrona de las chupadas de OH, divagan en filosofías de fiebre y prepotentes sarcófagos de formas.

Madrid nos visita en la feria del libro, aprovechar una tanda de tinta y eructo calcificarían calaveradas célebres para todo operante del pulso.

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