Ornitocracia



La sociopatía del dominicano llegó a paladares opacos en la sobreidentificación con el gallo. El puto animal que hoy en Santo Domingo “canta” a deshoras por la babel del cambio: herencia de aquellos terratenientes o wannabe cowboys del western de John fuking Wayne. Menos burla es querer tener que hablar de una criatura tan estúpida como el mero facto de que la ciencia social estudie su marco en nuestras cabezas.

El trauma primigenio tal vez no fue el viejo megalómano y sus aras de fénix harto visibles y practicadas en su labor vivendis. Pero difícil eludir que la mentalización de esos entramados derrotan cualquier otra paciencia y candor. El sátrapa-caníbal-inmortal con su propaganda de escudos cristianos, machete verde, y bestiario de bríos sexuales indubitables fue la pisada que fornicó nuestra escapada de las ya traumáticas sodomizaciones del otro animal macabro de nuestra zoología, el chivo. Todo el mapa semántico del gallo lo encarnó la mitología dominadora y plutocrática de Balaguer. Sus 12 años escupen el son que se bailaría en la cacería roja de toda la América Latina, su espuela nuestro camposanto.

La vertiente otra del oficio de querer a tal animal no se nos puede resbalar: la pelea de gallos. La historia, buena en mentir y plumear, nos cuenta que la Persia de hace 6,000 años rescataba esta competición, algunos dicen que es el más antiguo deporte de espectador, uno se conforma con que le digan que desde que hay dos gallos y una humanidad allí estaba el morbo de probar sus fuerzas. Pasatiempos que van de lo religioso, político, de compensaciones de testosterona, nunca pasaran de moda, si no qué carajo sería Pokemon para ciertas generaciones. El oficio (deporte/matanza, que ya todo es arte hoy) traído por los queridos españoles a la isla es en lo actual todavía visto con grata fuerza. Algunas teorías malsanas, y no de colmado, dictan que es el deporte nacional, argumento = cuenten cuantos estadios de beisbol hay por cada gallera. Válido para mí. El habitáculo mental lleva hasta el niño lindo de la música dominiperra a hacerle una canción (tremenda por cierto). Las vicisitudes de perder en una gallera y su llanto es exagerado al absurdo, JLG es eco de la vida de muchas mafias del submundo, para nada hundido, de las competiciones gallísticas.

Y si todo esto no es de magia suficiente para que tengamos al super héroe bucólico de la psique quisqueyana, basta analizar al ser vivo, el coraje maldito, el fuego en las plumas, la altanería hueca de un animal que le vuela a cualquier perro, “Animal solar y emblema de vigilancia continua, también es alegoría de Cristo” (Bestiario Aragonés: http://www.naturalezadearagon.com/bestiario/bestias/gallo.php). Repito que todo el campo semántico del ente gallo es con nosotros, solo una criatura es macho y pelión, pero además dueño de todas las gallinas. Amárrenlas vocea el machismo trasnochado. En la ciudad el reloj eterno de esta bestia ya no atina al fuego de su canto. Guillo Pérez olvidó la metafísica de niñas hacia la antimateria del noúmeno por dibujar estos arpegios vueltos aves. Solo el arte se discute mejor, ya sobran las quejas.

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